Érase una vez en un reino muy lejano, todos preparaban la llegada del príncipe Berak, que venía de recorrer extrañas tierras en las que había vivido miles de aventuras. Se decía que había luchado contra grandes dragones de fuego y orcos muy malvados, había cruzado mares impenetrables con una balsa construida con sus propias manos, había combatido con los mejores guerreros y había estado presente en las más memorables fiestas de los palacios más impresionantes nunca conocidos en su reino.
Todos en el reino estaban felices, menos Harás, que siempre fue su mayor rival. Harás era conocido además de por ser el mejor guerrero del reino, por su avaricia y malos hábitos de los que todos habían oído hablar. También, era él quien se encargaba de difundir falsedades sobre sus andanzas a la gente del reino. No muchos le daban crédito aunque Harás tenía sus adeptos.
Pese a ser una de las personas más admiradas del reino, Berak, que siempre quería complacer a todos, daba mucha importancia a lo que el pequeño grupo de Harás y sus secuaces difundían por el reino, llegando a no saber admirar todas aquellas cualidades que el resto del reino indiscutiblemente veían en él.
Un día, cuando Berak cabalgaba con su caballo por los bosques del reino apareció un hombre de la nada que le dijo :”¿Acaso crees que puedes engañarnos? No eres más que un farsante”. Dicho lo cual desapareció. Esa voz era como mágica. Se le había quedado en su cabeza y no podía quitársela de ninguna de las maneras.